Masturbaci?n en el pasado: la mano que peca y los antiguos (y absurdos) artilugios de tortura...
La masturbaci?n es una pr?ctica sexual sobre la que se han generado no solamente mitos, sino tambi?n prohibiciones y castigos explícitos, a veces fundamentados científicamente. Conozcamos algunos ins?litos… pero reales…
En pleno siglo XX, la tortura fue el tratamiento propuesto contra la masturbaci?n.
Contra la mano que "peca"
El masturbador: Por lo menos, así lo mostraban los libros "científicos" del siglo XIX. En los grabados est?, en primer lugar, el masturbador habitual (listo para convertirse en imb?cil); luego, el masturbador desenfrenado (loco de atar, ya); y, por último, el masturbador cr?nico (con evidencias de oftalmía espermatorreica).
Es difícil imaginarse c?mo empez? ?sto, pero empez?.
Es una historia s?rdida, como muchas, que se refiere a la manera en que padres, madres, m?dicos y sacerdotes, idearon convertir la masturbaci?n en un horrendo pecado. Un pecado que lleg? a castigarse con la tortura y la mutilaci?n, en pleno siglo XX.
Pero vamos por orden.
En la historia, primero habían sido las recomendaciones de la Iglesia, que instaban a los fieles a evitar la pr?ctica, sancion?ndola con penitencias nada graves. Despu?s, un hombre oscuro llamado Bekker, cura de profesi?n, escribi? en 1700 un libro llamado "Onania, el horrendo pecado de la autopoluci?n y de todas sus terribles consecuencias en ambos sexos, con consejos espirituales y físicos para quienes ya se han perjudicado con esta abominable pr?ctica, a lo cual se agrega la carta de una dama al autor sobre el uso y abuso del lecho conyugal, y la respuesta del autor".
El libro no tuvo otro prop?sito que estimular la venta de ciertos productos, que vendía el propio Bekker, y su ?xito fue precario. Pero lo importante es que con ?l se invent? un pecado nuevo: el onanismo, un falso equivalente de la masturbaci?n, ya que On?n, personaje bíblico en el que se bas? el autor, no se masturbaba, sino que practicaba el coito interrumpido y, por lo mismo, fue castigado por Dios.
El sacerdote comerciante aseguraba que el vicio onanístico producía, entre otras cosas, lasitud, flojera, debilitamiento de la marcha, paroxismos, agotamiento, sequedad, fiebres, dolores en las membranas cerebrales, oscurecimiento del sentido y sobre todo de la vista, deterioro de la m?dula espinal, y algunos males m?s.
Bekker no fue un bestseller y su libro habría terminado en el olvido, si no es porque vino la represi?n científica a la masturbaci?n, y un proceso de creaci?n de angustia que dura hasta nuestros días, encomendada a un m?dico, asesor del Papa, de nombre Tissot.
Este recogi? todo el arsenal de tonterías de Bekker en un libro, aparecido en 1758, que titul?, escuetamente: "El Onanismo. Disertaci?n sobre las enfermedades producidas por la masturbaci?n."
Tissot retom? el tema donde lo dejara Bekker, se?alando que el onanismo es fuente de innumerables males, ninguno leve, como la "consunci?n", la locura, la ceguera, la imbecilidad, el priapismo, la gonorrea, el lesbianismo y, claro, la muerte.
Tissot iba m?s lejos, pues aseguraba que toda actividad sexual es peligrosa en raz?n de que provoca una afluencia de sangre al cerebro, por lo que desnutre los nervios, los hace m?s susceptibles a las lesiones y estimula consecuencialmente la locura. M?s, el orgasmo solitario es el m?s peligroso de todos, porque es posible practicarlo c?modamente y a edad muy temprana favoreciendo los excesos. Adem?s, y para colmo, se trata de un crimen tan atroz que la culpa de su perpetraci?n es por sí misma peligrosa para el organismo. El masturbador, permanentemente exhausto, es proclive a la melancolía, las crisis paroxísticas, la ceguera, la catalepsia, la impotencia, la indigesti?n, el cretinismo y la par?lisis, males ?stos "que lo hacen digno de desprecio antes que de compasi?n cuando se le compara con hombres menos infames, tanto ante los ojos de sus semejantes como antes los de la deidad col?rica que le aseguro futuro cierto en el fuego infernal".
No obstante, hasta ahí la cosa no pasaba a mayores.
En verdad, los m?dicos aprovechaban las lecciones de Tissot para comerciar con ciertas recetas de su invenci?n, con las que pretendían curar el detestable mal. Famosa es, por ejemplo, la tintura solar del Dr. Sibly, de eficacia probada, para mejorar al masturbador, que debía tomarse cuatro veces al día en el primer mes, tres en el segundo y dos en los meses subsiguientes.
Fue en el siglo siguiente cuando la situaci?n se torn? grave, pues deriv? en el ataque frontal a la libertad personal y a las garantías individuales. Como emblema de los nuevos tiempos, hacia 1850, los bi?grafos de Napole?n, La Bestia, lo sindican como empedernido masturbante: "Enjuto, cetrino, breve de estatura por rezago en el crecimiento, d?bale su proceder apariencias enfermizas, visos de alelado, según ocurre con quienes se acogen a la sombra de On?n".
William Acton, autor de "Las funciones y des?rdenes de los ?rganos reproductivos", publicado en 1857, recomienda a los masturbadores adultos dormir con las manos amarradas detr?s de la espalda y sugiere: "si en el paciente existe la pr?ctica de la masturbaci?n, deben tomarse medidas para corregirla. En la infancia, el h?bito puede ser corregido por la pr?ctica común de poner mitones en las manos o colocarle una especie de camisa de fuerza...Entre los remedios profil?cticos para el autoabuso, el ba?o de esponja es el m?s importante. El ba?ista debe sentarse en medio de la tina, con los pies en el piso; tir?ndose hacia atr?s el prepucio, por uno o dos minutos debe echarse agua helada sobre la espalda, pecho, abdomen y muslos; cuid?ndose lo m?s posible de dirigir el agua hacia los genitales."
M?s en?rgico es el Dr. Sylvanus Stall, quien se?ala:
"La condici?n espantosa y desvalida de aquellos que han sido definitivamente conquistados por este h?bito se refleja en el hecho de que, para impedir que se repita el acto de la masturbaci?n, y si ello es posible para curar permanentemente a la víctima de este vicio, a menudo es necesario colocar a los ni?os dentro de un chaleco de fuerza, a veces hay que atarlas manos detr?s de la espalda, a veces hay que at?rselas a los postes de la cama, o asegurarlas mediante cuerdas o cadenas a anillos embutidos a la pared, y hay que recurrir a medidas extremas de diversa índole para salvar al individuo de la autodestrucci?n mental y física."
Entre esas medidas adicionales est?n, desde luego, las palizas con varas, los azotes y la lesi?n cauterizante de la mano pecadora. Se ide?, tambi?n, entablillar a los transgresores, quemarle los genitales, o golpearlos antes la sola sospecha de la transgresi?n.
Y nada. Pues siguieron existiendo los masturbadores.
Entonces aparecieron nuevos grupos de represores: los cirujanos y los inventores.
Los primeros, que bisturí en mano procuraron la supresi?n total de la costumbre; los segundos, que con la luz de su imaginaci?n, fantasearon en la invenci?n de extra?os artefactos, no muy ajenos a los empleados en la tortura.
En 1885, en Inglaterra, un m?dico llamado Isaac Baker-Brown dio a la publicidad "un remedio" ya utilizado por otras culturas: la extirpaci?n del clítoris como camino para el destierro de la masturbaci?n femenina.
La clitoridectomía se ha empleado en Oriente, tanto por razones religiosas como por el inter?s de ciertas comunidades por preservar la castidad de sus doncellas. Baker-Brown, a la saz?n presidente de la Sociedad M?dica de Londres, recogi? esta alternativa y comenz? a tratar lo que denomin? "excitaci?n perif?rica" (masturbaci?n) atendiendo a infinidad de pacientes. Por su infinita falta escrúpulos, Baker-Brown termin? siendo expulsado de la comunidad m?dica, pero su m?todo continu? utiliz?ndose y lleg? inclusive a los Estados Unidos. Allí, el Dr. J.A. Bloch, autor de un artículo titulado "La perversi?n sexual en la mujer" recomendaba la operaci?n como medio para evitar la masturbaci?n y lograr así que las ni?as crecieran "m?s traviesas y robustas".
Recogiendo una idea planteada en 1786 por el m?dico alem?n S. G. Vogel, muchos m?dicos eligieron la infibulaci?n, intervenci?n por la cual se insertaba un alambre de plata en el prepucio o se procedía a la oclusi?n del orificio vaginal mediante sutura. La iniciativa tuvo tanta aceptaci?n que el Dr. Yellowiees, uno de los divulgadores de la t?cnica, sostenía ufano: "Me propongo probarla en gran escala y seguir alambrando a todos los masturbadores."
Vagina infibulada: Entre 1860 y 1920 ningún libro de medicina que se preciara de bueno omitía alguna receta. El de Bernard Sachs sugería la infibulaci?n, la cauterizaci?n de los genitales y de la columna, Otros postulaban por la ampollaci?n del pene con mercurio u otra sustancia. La circuncisi?n no escapaba a las opciones posibles ni tampoco el entablillado.
Aproximadamente en 1890 surgi? la llamada "cirugía de los orificios" que, a m?s de recomendar la dilataci?n quirúrgica del ano, sostenía la necesidad de practicar la circuncisi?n en hombres y mujeres, particularmente en ellas porque, como dijo uno de sus propugnadores en un texto ya cl?sico: "siento un impulso irresistible a vociferar contra el vergonzoso descuido del clítoris y del capuch?n, pues cu?nta enfermedad y sufrimiento habría podido ahorrarse el sexo d?bil de haber recibido este importante asunto la debida atenci?n y consideraci?n de la profesi?n m?dica."
Pero ineficaces los remedios caseros, caros los tratamientos quirúrgicos rese?ados, el sistema se las ingeni? para ofrecer a las nacientes clases medias algunas invenciones, relativamente econ?micas, patentadas de acuerdo con la ley.
A puertas cerradas, los inventores -en raptos de delirante imaginaci?n- se pusieron a la tarea de crear los aparatos antimasturbatorios.
Se trataba, en verdad, de artefactos hechos con esmero y dedicaci?n, que buscaban erradicar la mala pr?ctica. En 1822, Jalade-Lafond ensalzaba las virtudes de un cintur?n de castidad contra la masturbaci?n y en 1848, un escoc?s, Moodie, preocupado por la frecuencia de la masturbaci?n femenina, sugería una faja femenina de castidad en su "Tratado m?dico con principios v observaciones para preservar la castidad y la moralidad". Esta faja de es una suerte de almohada, recubierta con una rejilla de fierro, concebida para reposar sobre la vulva. Gracias a las barras de la rejilla se lograba la oclusi?n de los labios mayores. "El aparato, dice un autor, se aseguraba mediante cinturones a un par de bombachas ce?idas y se clausuraba con un candado cuya cerradura estaba oculta por una pesta?a secreta". Por su conformaci?n, servía igualmente, como adminículo para cuidar de la castidad de las se?oritas.
A principios de siglo, la exclusiva Casa Mathíeu, de Francia, incluía en su cat?logo una secci?n de "Aparejos contra el onanismo". Entre las muchas variedades est?n unos guantes, en cuya palma aparece una especie de ralladores de queso. Según el gran sex?logo Marco Aurelio Denegri, a quien mucho le debemos en este reportaje: "Va d? suyo que tocarse el pene con semejante appareil equivalía a rallarlo como si fuera un queso o una nuez moscada".
Tambi?n se ofrecía una gran variedad de constrictores que, ni duda cabe, impiden la masturbaci?n: camisas de fuerza, fajas antimasturbatorias, cintos con puntas o con púas, entablillados, etc?tera.
En Norteam?rica, la Oficina de Patentes, recibía novedades: El "Adminículo sanitario de Sonn" (patente 826), por ejemplo. "Este artificio antimasturbatorio, se?ala Denegri, consistía en una cubierta met?lica que tenía elementos sostenedores y agarradores. Estos elementos de sujeci?n y agarre operaban mediante un muelle poderoso, apoyado en las bisagras que lo unían al aparato. Al ocurrir la erecci?n, ajustaban autom?ticamente el miembro, originando así un agudo dolor".
Estaba tambi?n el aparato de MacCormick, de San Francisco (patente No. 587.994): "Consistía en el escudo de metal que se ajustaba al abdomen y se sostenía con un cintur?n. La parte inferior del aparato, en forma tubular, albergaba al pene. Tenía en su interior numerosos aguijones de hierro". Así, cuando por cualquier causa, explicaba MeCormick, comience la expansi?n del ?rgano, ?ste se pondr? en contacto con las puntas agudas, produci?ndose entonces el dolor necesario o la sensaci?n de advertencia".
Asimismo: "Joseph Lee, de Pennsilvania, invent? en 1900 un aparato quirúrgico (patente No. 641,979). Se componía de un ´recibidor del pene´ que se ajustaba al cuerpo mediante un cintur?n. Lee se las había ingeniado para adaptarle una pila a su invento. Si quien lo usara tenía una erecci?n mientras dormía, la erecci?n causaba un contacto el?ctrico que hacía sonar una alarma, suficientemente bulliciosa para despertar a cualquiera del sue?o m?s pesado".
0, finalmente: "Una se?ora de Minesota, Ellen E. Perkins, obtuvo en 1908 la patente No. 875.845 para su ´armadura sexual´, que era una especie de cintur?n de castidad masculino, pero con tirantes. En su solicitud, decía la se?ora Perkins que había inventado esta armadura para evitar la deplorable y bien conocida causa de la demencia, la imbecilidad y la debilidad mental, o sea, la autocomplacencia".
El progreso en las comunicaciones prest? tambi?n su ayuda. Entre los primeros cilindros para fon?grafos se recuerda uno grabado por la siniestra voz del ya citado Sylvanus Stall, doctor en teología. En las sombras de la noche -y como un anticipo de las futuras posesiones sat?nicas aterrorizantes, la voz del te?logo amedrentaba a los afiebrados.
Finalmente se editaron unas tarjetas especiales, "las tarjetas de castidad", que invent? el Dr. Lewis, con simpleza casi campesina. Todo var?n, pecador o inocente, debía incluir en sus bolsillos una de estas tarjetas. En ellas iban anotados doce temas de reflexi?n destinados para alejar la erecci?n inoportuna y los pensamientos sucios con la suficiente energía. Son f?rmulas sencillas, pero "absorbentes", que "alejan al d?bil de la concupiscencia".
Hubo m?s artificios. Sin embargo, el mejor y m?s poderoso, porque todavía se mueve en las sinuosidades de la mente, es el propio fantasma de la falsa enfermedad, con las secuelas de pesadilla que le atribuyeron los represores.
La masturbaci?n es una pr?ctica sexual sobre la que se han generado no solamente mitos, sino tambi?n prohibiciones y castigos explícitos, a veces fundamentados científicamente. Conozcamos algunos ins?litos… pero reales…
En pleno siglo XX, la tortura fue el tratamiento propuesto contra la masturbaci?n.
Contra la mano que "peca"
El masturbador: Por lo menos, así lo mostraban los libros "científicos" del siglo XIX. En los grabados est?, en primer lugar, el masturbador habitual (listo para convertirse en imb?cil); luego, el masturbador desenfrenado (loco de atar, ya); y, por último, el masturbador cr?nico (con evidencias de oftalmía espermatorreica).
Es difícil imaginarse c?mo empez? ?sto, pero empez?.
Es una historia s?rdida, como muchas, que se refiere a la manera en que padres, madres, m?dicos y sacerdotes, idearon convertir la masturbaci?n en un horrendo pecado. Un pecado que lleg? a castigarse con la tortura y la mutilaci?n, en pleno siglo XX.
Pero vamos por orden.
En la historia, primero habían sido las recomendaciones de la Iglesia, que instaban a los fieles a evitar la pr?ctica, sancion?ndola con penitencias nada graves. Despu?s, un hombre oscuro llamado Bekker, cura de profesi?n, escribi? en 1700 un libro llamado "Onania, el horrendo pecado de la autopoluci?n y de todas sus terribles consecuencias en ambos sexos, con consejos espirituales y físicos para quienes ya se han perjudicado con esta abominable pr?ctica, a lo cual se agrega la carta de una dama al autor sobre el uso y abuso del lecho conyugal, y la respuesta del autor".
El libro no tuvo otro prop?sito que estimular la venta de ciertos productos, que vendía el propio Bekker, y su ?xito fue precario. Pero lo importante es que con ?l se invent? un pecado nuevo: el onanismo, un falso equivalente de la masturbaci?n, ya que On?n, personaje bíblico en el que se bas? el autor, no se masturbaba, sino que practicaba el coito interrumpido y, por lo mismo, fue castigado por Dios.
El sacerdote comerciante aseguraba que el vicio onanístico producía, entre otras cosas, lasitud, flojera, debilitamiento de la marcha, paroxismos, agotamiento, sequedad, fiebres, dolores en las membranas cerebrales, oscurecimiento del sentido y sobre todo de la vista, deterioro de la m?dula espinal, y algunos males m?s.
Bekker no fue un bestseller y su libro habría terminado en el olvido, si no es porque vino la represi?n científica a la masturbaci?n, y un proceso de creaci?n de angustia que dura hasta nuestros días, encomendada a un m?dico, asesor del Papa, de nombre Tissot.
Este recogi? todo el arsenal de tonterías de Bekker en un libro, aparecido en 1758, que titul?, escuetamente: "El Onanismo. Disertaci?n sobre las enfermedades producidas por la masturbaci?n."
Tissot retom? el tema donde lo dejara Bekker, se?alando que el onanismo es fuente de innumerables males, ninguno leve, como la "consunci?n", la locura, la ceguera, la imbecilidad, el priapismo, la gonorrea, el lesbianismo y, claro, la muerte.
Tissot iba m?s lejos, pues aseguraba que toda actividad sexual es peligrosa en raz?n de que provoca una afluencia de sangre al cerebro, por lo que desnutre los nervios, los hace m?s susceptibles a las lesiones y estimula consecuencialmente la locura. M?s, el orgasmo solitario es el m?s peligroso de todos, porque es posible practicarlo c?modamente y a edad muy temprana favoreciendo los excesos. Adem?s, y para colmo, se trata de un crimen tan atroz que la culpa de su perpetraci?n es por sí misma peligrosa para el organismo. El masturbador, permanentemente exhausto, es proclive a la melancolía, las crisis paroxísticas, la ceguera, la catalepsia, la impotencia, la indigesti?n, el cretinismo y la par?lisis, males ?stos "que lo hacen digno de desprecio antes que de compasi?n cuando se le compara con hombres menos infames, tanto ante los ojos de sus semejantes como antes los de la deidad col?rica que le aseguro futuro cierto en el fuego infernal".
No obstante, hasta ahí la cosa no pasaba a mayores.
En verdad, los m?dicos aprovechaban las lecciones de Tissot para comerciar con ciertas recetas de su invenci?n, con las que pretendían curar el detestable mal. Famosa es, por ejemplo, la tintura solar del Dr. Sibly, de eficacia probada, para mejorar al masturbador, que debía tomarse cuatro veces al día en el primer mes, tres en el segundo y dos en los meses subsiguientes.
Fue en el siglo siguiente cuando la situaci?n se torn? grave, pues deriv? en el ataque frontal a la libertad personal y a las garantías individuales. Como emblema de los nuevos tiempos, hacia 1850, los bi?grafos de Napole?n, La Bestia, lo sindican como empedernido masturbante: "Enjuto, cetrino, breve de estatura por rezago en el crecimiento, d?bale su proceder apariencias enfermizas, visos de alelado, según ocurre con quienes se acogen a la sombra de On?n".
William Acton, autor de "Las funciones y des?rdenes de los ?rganos reproductivos", publicado en 1857, recomienda a los masturbadores adultos dormir con las manos amarradas detr?s de la espalda y sugiere: "si en el paciente existe la pr?ctica de la masturbaci?n, deben tomarse medidas para corregirla. En la infancia, el h?bito puede ser corregido por la pr?ctica común de poner mitones en las manos o colocarle una especie de camisa de fuerza...Entre los remedios profil?cticos para el autoabuso, el ba?o de esponja es el m?s importante. El ba?ista debe sentarse en medio de la tina, con los pies en el piso; tir?ndose hacia atr?s el prepucio, por uno o dos minutos debe echarse agua helada sobre la espalda, pecho, abdomen y muslos; cuid?ndose lo m?s posible de dirigir el agua hacia los genitales."
M?s en?rgico es el Dr. Sylvanus Stall, quien se?ala:
"La condici?n espantosa y desvalida de aquellos que han sido definitivamente conquistados por este h?bito se refleja en el hecho de que, para impedir que se repita el acto de la masturbaci?n, y si ello es posible para curar permanentemente a la víctima de este vicio, a menudo es necesario colocar a los ni?os dentro de un chaleco de fuerza, a veces hay que atarlas manos detr?s de la espalda, a veces hay que at?rselas a los postes de la cama, o asegurarlas mediante cuerdas o cadenas a anillos embutidos a la pared, y hay que recurrir a medidas extremas de diversa índole para salvar al individuo de la autodestrucci?n mental y física."
Entre esas medidas adicionales est?n, desde luego, las palizas con varas, los azotes y la lesi?n cauterizante de la mano pecadora. Se ide?, tambi?n, entablillar a los transgresores, quemarle los genitales, o golpearlos antes la sola sospecha de la transgresi?n.
Y nada. Pues siguieron existiendo los masturbadores.
Entonces aparecieron nuevos grupos de represores: los cirujanos y los inventores.
Los primeros, que bisturí en mano procuraron la supresi?n total de la costumbre; los segundos, que con la luz de su imaginaci?n, fantasearon en la invenci?n de extra?os artefactos, no muy ajenos a los empleados en la tortura.
En 1885, en Inglaterra, un m?dico llamado Isaac Baker-Brown dio a la publicidad "un remedio" ya utilizado por otras culturas: la extirpaci?n del clítoris como camino para el destierro de la masturbaci?n femenina.
La clitoridectomía se ha empleado en Oriente, tanto por razones religiosas como por el inter?s de ciertas comunidades por preservar la castidad de sus doncellas. Baker-Brown, a la saz?n presidente de la Sociedad M?dica de Londres, recogi? esta alternativa y comenz? a tratar lo que denomin? "excitaci?n perif?rica" (masturbaci?n) atendiendo a infinidad de pacientes. Por su infinita falta escrúpulos, Baker-Brown termin? siendo expulsado de la comunidad m?dica, pero su m?todo continu? utiliz?ndose y lleg? inclusive a los Estados Unidos. Allí, el Dr. J.A. Bloch, autor de un artículo titulado "La perversi?n sexual en la mujer" recomendaba la operaci?n como medio para evitar la masturbaci?n y lograr así que las ni?as crecieran "m?s traviesas y robustas".
Recogiendo una idea planteada en 1786 por el m?dico alem?n S. G. Vogel, muchos m?dicos eligieron la infibulaci?n, intervenci?n por la cual se insertaba un alambre de plata en el prepucio o se procedía a la oclusi?n del orificio vaginal mediante sutura. La iniciativa tuvo tanta aceptaci?n que el Dr. Yellowiees, uno de los divulgadores de la t?cnica, sostenía ufano: "Me propongo probarla en gran escala y seguir alambrando a todos los masturbadores."
Vagina infibulada: Entre 1860 y 1920 ningún libro de medicina que se preciara de bueno omitía alguna receta. El de Bernard Sachs sugería la infibulaci?n, la cauterizaci?n de los genitales y de la columna, Otros postulaban por la ampollaci?n del pene con mercurio u otra sustancia. La circuncisi?n no escapaba a las opciones posibles ni tampoco el entablillado.
Aproximadamente en 1890 surgi? la llamada "cirugía de los orificios" que, a m?s de recomendar la dilataci?n quirúrgica del ano, sostenía la necesidad de practicar la circuncisi?n en hombres y mujeres, particularmente en ellas porque, como dijo uno de sus propugnadores en un texto ya cl?sico: "siento un impulso irresistible a vociferar contra el vergonzoso descuido del clítoris y del capuch?n, pues cu?nta enfermedad y sufrimiento habría podido ahorrarse el sexo d?bil de haber recibido este importante asunto la debida atenci?n y consideraci?n de la profesi?n m?dica."
Pero ineficaces los remedios caseros, caros los tratamientos quirúrgicos rese?ados, el sistema se las ingeni? para ofrecer a las nacientes clases medias algunas invenciones, relativamente econ?micas, patentadas de acuerdo con la ley.
A puertas cerradas, los inventores -en raptos de delirante imaginaci?n- se pusieron a la tarea de crear los aparatos antimasturbatorios.
Se trataba, en verdad, de artefactos hechos con esmero y dedicaci?n, que buscaban erradicar la mala pr?ctica. En 1822, Jalade-Lafond ensalzaba las virtudes de un cintur?n de castidad contra la masturbaci?n y en 1848, un escoc?s, Moodie, preocupado por la frecuencia de la masturbaci?n femenina, sugería una faja femenina de castidad en su "Tratado m?dico con principios v observaciones para preservar la castidad y la moralidad". Esta faja de es una suerte de almohada, recubierta con una rejilla de fierro, concebida para reposar sobre la vulva. Gracias a las barras de la rejilla se lograba la oclusi?n de los labios mayores. "El aparato, dice un autor, se aseguraba mediante cinturones a un par de bombachas ce?idas y se clausuraba con un candado cuya cerradura estaba oculta por una pesta?a secreta". Por su conformaci?n, servía igualmente, como adminículo para cuidar de la castidad de las se?oritas.
A principios de siglo, la exclusiva Casa Mathíeu, de Francia, incluía en su cat?logo una secci?n de "Aparejos contra el onanismo". Entre las muchas variedades est?n unos guantes, en cuya palma aparece una especie de ralladores de queso. Según el gran sex?logo Marco Aurelio Denegri, a quien mucho le debemos en este reportaje: "Va d? suyo que tocarse el pene con semejante appareil equivalía a rallarlo como si fuera un queso o una nuez moscada".
Tambi?n se ofrecía una gran variedad de constrictores que, ni duda cabe, impiden la masturbaci?n: camisas de fuerza, fajas antimasturbatorias, cintos con puntas o con púas, entablillados, etc?tera.
En Norteam?rica, la Oficina de Patentes, recibía novedades: El "Adminículo sanitario de Sonn" (patente 826), por ejemplo. "Este artificio antimasturbatorio, se?ala Denegri, consistía en una cubierta met?lica que tenía elementos sostenedores y agarradores. Estos elementos de sujeci?n y agarre operaban mediante un muelle poderoso, apoyado en las bisagras que lo unían al aparato. Al ocurrir la erecci?n, ajustaban autom?ticamente el miembro, originando así un agudo dolor".
Estaba tambi?n el aparato de MacCormick, de San Francisco (patente No. 587.994): "Consistía en el escudo de metal que se ajustaba al abdomen y se sostenía con un cintur?n. La parte inferior del aparato, en forma tubular, albergaba al pene. Tenía en su interior numerosos aguijones de hierro". Así, cuando por cualquier causa, explicaba MeCormick, comience la expansi?n del ?rgano, ?ste se pondr? en contacto con las puntas agudas, produci?ndose entonces el dolor necesario o la sensaci?n de advertencia".
Asimismo: "Joseph Lee, de Pennsilvania, invent? en 1900 un aparato quirúrgico (patente No. 641,979). Se componía de un ´recibidor del pene´ que se ajustaba al cuerpo mediante un cintur?n. Lee se las había ingeniado para adaptarle una pila a su invento. Si quien lo usara tenía una erecci?n mientras dormía, la erecci?n causaba un contacto el?ctrico que hacía sonar una alarma, suficientemente bulliciosa para despertar a cualquiera del sue?o m?s pesado".
0, finalmente: "Una se?ora de Minesota, Ellen E. Perkins, obtuvo en 1908 la patente No. 875.845 para su ´armadura sexual´, que era una especie de cintur?n de castidad masculino, pero con tirantes. En su solicitud, decía la se?ora Perkins que había inventado esta armadura para evitar la deplorable y bien conocida causa de la demencia, la imbecilidad y la debilidad mental, o sea, la autocomplacencia".
El progreso en las comunicaciones prest? tambi?n su ayuda. Entre los primeros cilindros para fon?grafos se recuerda uno grabado por la siniestra voz del ya citado Sylvanus Stall, doctor en teología. En las sombras de la noche -y como un anticipo de las futuras posesiones sat?nicas aterrorizantes, la voz del te?logo amedrentaba a los afiebrados.
Finalmente se editaron unas tarjetas especiales, "las tarjetas de castidad", que invent? el Dr. Lewis, con simpleza casi campesina. Todo var?n, pecador o inocente, debía incluir en sus bolsillos una de estas tarjetas. En ellas iban anotados doce temas de reflexi?n destinados para alejar la erecci?n inoportuna y los pensamientos sucios con la suficiente energía. Son f?rmulas sencillas, pero "absorbentes", que "alejan al d?bil de la concupiscencia".
Hubo m?s artificios. Sin embargo, el mejor y m?s poderoso, porque todavía se mueve en las sinuosidades de la mente, es el propio fantasma de la falsa enfermedad, con las secuelas de pesadilla que le atribuyeron los represores.
Comment