Aura vestida de verde, con esa bata de tafeta por donde asoman, al avanzar hacia a ti la mujer, los muslos color de luna: la mujer, repetir?s al tenerla cerca, la mujer, no la muchacha de ayer: la muchacha de ayer –no toques sus dedos, su talle- no podía tener m?s de veinte a?os; la mujer de hoy –y acaricies su pelo negro, suelto, su mejilla p?lida- parece de cuarenta: algo se ha endurecido, entre ayer y hoy, alrededor de los ojos verdes; el rojo de los labios se ha oscurecido fuera de su forma antigua, como si quisiera fijarse en una mueca alegre, en una sonrisa turbia; como si alternara, a semejanza de esa planta del patio, el sabor de la miel y el de la amargura. No tienes tiempo de pensar m?s:
-Si?ntate en la cama, Felipe,
-sí.
-Vamos a jugar. Tú no has jugado nada. D?jame hacerlo todo a mí.
-Si?ntate en la cama, Felipe,
-sí.
-Vamos a jugar. Tú no has jugado nada. D?jame hacerlo todo a mí.
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