Luz del ocaso luminoso
Cargado de nubes templadas que matizan el ambiente riguroso y hostil, salgo por fuera de la vereda cotidiana en que los humos me dan tos, y camino y sigo. Alguna influencia transitoria me hace recordar los tradicionales olores de la casa, empapados de invierno y de la alegría por el gusto de correr, jugar y compartir… primos, pi?atas, dulces, tamales y calor. Todo junto en una misma ?poca y en una misma cazuela. Y aun prosigo.
Mientras abordo el tren, mi coraz?n agitado me dice que necesito un poco de amor sosegado, plasmado en la bella alucinaci?n de un sof? reclinable de piel de durazno en almíbar, en donde con profundo placer y nostalgia, mi sentido natural hace a mi cabeza reclinar cansadamente para despu?s tomar el tiempo para pensar y amar.
El tren da vueltas, parece que no lleva prisa como otras veces y se detiene tan pronto llega a sus destinos, por lo que la gente sigue su vida normal. Las nubes nocturnas empiezan a disipar en tanto que la noche llega con mas claridad, a medida que los humos recorren los rincones de la urbe, múltiples luces embargan el alma, ilumin?ndola de todo un poco, mientras tanto, llego y tengo que ser testigo presencial de los momentos que adquieren otros en la vida r?pida del tren largo.
Este ocaso de octubre, estrellado tan extraordinariamente, me hace mirar a trav?s del espejo volante en la atm?sfera media y mas all? de aquel lado distingo la ciudad en numerosas estrellas, y astros que emiten su luz, y sigo caminando entre los terrestres que me invaden como cosas comunes e indispensables lumbreras del atardecer.
Como ha pasado el tiempo desde que por vez primera, los oídos de la noche agudizaron el sentido de la vida y el conocimiento vino a la mente mas primitiva, llen?ndolo todo, posey?ndolo todo y elevando el coraz?n hacia una mente infinita que mas tarde se traduce en la tesis teol?gica identificada para siempre con el ser, adem?s de poder residir individualmente con uno mismo. Salud en la vida.
Y como que el tren pas? y los chillidos aturdieron moment?neamente y los chispazos que origin? se fugaron a la voz de ya; bajo la mirada; aunque los embates de un fen?meno habitual no se mantienen eternamente, sigo mis pasos por debajo de la vereda, percatando que la vida siempre esta para mi aquí.
Dios... mil gracias!
Cargado de nubes templadas que matizan el ambiente riguroso y hostil, salgo por fuera de la vereda cotidiana en que los humos me dan tos, y camino y sigo. Alguna influencia transitoria me hace recordar los tradicionales olores de la casa, empapados de invierno y de la alegría por el gusto de correr, jugar y compartir… primos, pi?atas, dulces, tamales y calor. Todo junto en una misma ?poca y en una misma cazuela. Y aun prosigo.
Mientras abordo el tren, mi coraz?n agitado me dice que necesito un poco de amor sosegado, plasmado en la bella alucinaci?n de un sof? reclinable de piel de durazno en almíbar, en donde con profundo placer y nostalgia, mi sentido natural hace a mi cabeza reclinar cansadamente para despu?s tomar el tiempo para pensar y amar.
El tren da vueltas, parece que no lleva prisa como otras veces y se detiene tan pronto llega a sus destinos, por lo que la gente sigue su vida normal. Las nubes nocturnas empiezan a disipar en tanto que la noche llega con mas claridad, a medida que los humos recorren los rincones de la urbe, múltiples luces embargan el alma, ilumin?ndola de todo un poco, mientras tanto, llego y tengo que ser testigo presencial de los momentos que adquieren otros en la vida r?pida del tren largo.
Este ocaso de octubre, estrellado tan extraordinariamente, me hace mirar a trav?s del espejo volante en la atm?sfera media y mas all? de aquel lado distingo la ciudad en numerosas estrellas, y astros que emiten su luz, y sigo caminando entre los terrestres que me invaden como cosas comunes e indispensables lumbreras del atardecer.
Como ha pasado el tiempo desde que por vez primera, los oídos de la noche agudizaron el sentido de la vida y el conocimiento vino a la mente mas primitiva, llen?ndolo todo, posey?ndolo todo y elevando el coraz?n hacia una mente infinita que mas tarde se traduce en la tesis teol?gica identificada para siempre con el ser, adem?s de poder residir individualmente con uno mismo. Salud en la vida.
Y como que el tren pas? y los chillidos aturdieron moment?neamente y los chispazos que origin? se fugaron a la voz de ya; bajo la mirada; aunque los embates de un fen?meno habitual no se mantienen eternamente, sigo mis pasos por debajo de la vereda, percatando que la vida siempre esta para mi aquí.
Dios... mil gracias!
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