Texto íntegro tomado de la edici?n digital de letras libres: http://www.letraslibres.com/index.php?art=12113. Autor: Eduardo Berti
Hace pocos meses (en noviembre de 2006) la revista Wired convoc? a un treintena de escritores norteamericanos, en su mayoría de ciencia ficci?n, y les pidi? que escribiesen un cuento de apenas seis palabras, tomando como ejemplo un micro-relato de Ernest Hemingway cuyo texto completo dice en ingl?s “For sale: baby shoes, never worn” y que, según parece, el autor de Los asesinos tenía por una de sus obras maestras.
La respuesta fue entusiasta y todos cumplieron la premisa, salvo el desobediente Arthur C. Clarke, que escribi? un larguísimo cuento de diez palabras. Algunos entregaron m?s de un texto, como Margaret Atwood. Abundaron los cuentos de tinte político (alusiones directas a Bush y a Irak), y hasta hubo perlas: Steven Meretzky propuso “Muy confundido, ley? su propio obituario” (He read his obituary with confusion); Bruce Sterling escribi? “Era muy caro seguir siendo humano” (It cost too much staying human), y Ben Bova puso “Salv? al mundo volviendo a morir” (To save humankind he died again), los que podrían ser, adem?s, brillantes inicios de novela. En cuanto a la ya mencionada Atwood, empleando una audaz elipsis jug? con la l?gica secreta que vincula dos hechos o noticias: “Hallan cad?ver incompleto. M?dico compra yate” (Corpse parts missing. Doctor buys yatch).
En sus cuentos m?s ortodoxos, Hemingway ya había dado muestra de su capacidad sint?tica y de su economía expresiva. Su “A Very Short Story”, para muchos una versi?n reducida y avant la lettre de Adi?s a las armas, tiene tan s?lo 767 palabras en ingl?s pero, pese al título, no es su relato m?s corto: “A Banal Story” tiene 634, y el m?s breve de sus cuentos, exceptuando los intertextos de In Our Time (1925), acaso sea “The Revolutionist”, que no llega a las quinientas palabras.
Un buen ejemplo de c?mo trabaja Hemingway es “Hills Like White Elephants” (Colinas como elefantes blancos), cuya intriga se reduce a un di?logo entre dos personajes acerca de una operaci?n m?dica, nunca explicitada. El lector deduce, o no, que la chica est? embarazada y que el hombre la presiona para que el beb? no nazca. La palabra clave (aborto) jam?s es puesta en boca de los personajes ni tampoco mencionada por el narrador.
“Vendo zapatos de beb?, sin usar” es, en este sentido, digno de Hemningway. Lo omitido (¿otro aborto?) queda resonando en la mente del lector. No estamos ante una novela, o ante un cuento tradicional, donde una lectura gradual nos ir? respondiendo los interrogantes: ¿Qui?n vende los zapatos? ¿Por qu? los vende? ¿Por qu? est?n sin uso? ¿Ha ocurrido algo con el beb?? ¿Qu? ha ocurrido?
En el minicuento de seis palabras adjudicado a Hemingway nos hallamos ante un hecho presente (el aviso que “ocupa” todo el relato) pero asimismo ante un hecho pasado que obra de dato escondido. Estamos a un paso de la tan citada “Tesis del cuento” de Ricardo Piglia. “Un cuento siempre cuenta dos historias”, concluye Piglia, para quien todo cuento es un relato que encierra un relato secreto.
En “Vendo zapatos de beb?, sin usar”, lo mismo que en buena parte de la llamada microficci?n, los procedimientos que hemos mencionado (la omisi?n deliberada, la tesis de los dos relatos simult?neos) son llevados a un extremo. Todo est?, en este caso, “fuera” del texto. O “fuera de campo”, como dicen los directores de cine cuando la acci?n no es registrada por la c?mara.
Hasta la canonizaci?n o (siendo menos tajantes) la popularizaci?n del cuento adjudicado a Hemingway, dos textos se repartían el privilegio de ser considerados como “el cuento m?s breve del mundo”. Uno tiene siete palabras, el otro diecis?is. Es decir que Hemingway les gan? a ambos en brevedad.
Aunque parezca imposible, circulan en libros y en antologías cuentos todavía m?s breves. Luisa Valenzuela escribi? uno de apenas dos palabras (“Que bueno”, así, sin acentos ni signos de exclamaci?n) aunque se apoy? en un título provocadoramente extenso (“El sabor de una medialuna a las nueve de la ma?ana en un viejo caf? de barrio donde a los 97 a?os Rodolfo Mondolfo todavía se reúne con sus amigos los mi?rcoles por la tarde”); Alo? Azid ha postulado un cuento de una sola palabra (“Yo”) y cuyo título es “Autobiografía”, pero la cosa no excede de una broma muy ingeniosa, ya que en su caso no se puede hablar de “acci?n” ni de relato.
Cierto consenso ha establecido que entre nosotros, lectores de lengua espa?ola (e incluso entre el lectorado europeo, un poco a la sombra de Italo Calvino), el cetro de “cuento m?s breve” recayese en “El dinosaurio” del guatemalteco Augusto Monterroso: “Cuando despert?, el dinosaurio todavía seguía allí”
En la tradici?n de la microfiction norteamericana, por su parte, por a?os se ha estimado que “el cuento m?s breve del mundo” era un celebrado texto de Fredric Brown: “The last man on Earth sat in a room. There was a knock on the door.” (El último hombre sobre la Tierra est? sentado a solas en una habitaci?n. Llaman a la puerta), en verdad una reescritura de “Mensaje” de Thomas Bailey Aldrich (“Una mujer est? sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie m?s en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta”), incluido en la famosa Antología de la Literatura Fant?stica, de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, y adjudicado a Borges por algunos estudiosos de la obra de Bailey Aldirch.
Durante d?cadas se ha afirmado que la microficci?n en castellano (Arreola, Denevi, Pi?era, Valad?s, etc) lograba textos m?s breves que la llamada sudden fiction o flash fiction norteamericana. Aunque esto ha dejado de ser tan así en los últimos tiempos, es cierto que las antologías norteamericanas consagradas al “cuento hiperbeve” incluyen textos de hasta 750 palabras, cuando en castellano el límite suele rondar las 300 o, como m?ximo, 500 palabras.
Lo peculiar del minicuento adjudicado a Hemingway no es tanto que haya desafiado esta idea establecida (y que el “cuento m?s breve del mundo” sea ahora norteamericano, ya no latinoamericano), como que, a diferencia del de Monterroso y el de Fredric Brown, estemos en presencia de un texto no fant?stico, sino m?s bien realista. El dato no es menor porque, usualmente, suele repetirse que el formato hiperbreve le sienta mejor a los textos fant?sticos o, al menos, de índole extraordinaria: casos muy curiosos, hechos sorprendentes.
Irving Howe, especialista en microfiction, escribi? que “los escritores que hacen cuentos breves tienen que ser especialmente audaces” porque “apuestan todo a un golpe de inventiva” La argentina Ana María Shua, una de las mejores cultoras del microcuento en la actualidad, ha dicho que “las minificciones tienden en su mayor parte al g?nero fant?stico, en parte porque se les exige provocar algún tipo de sorpresa est?tica, tem?tica o de contenido, ya que el sutil desarrollo de climas o personajes son casi imposibles”.
Ambos tienen raz?n si se piensa en la microficci?n en su conjunto. Lo m?s extraordinario del cuento de Hemingway (si realmente es de Hemingway) acaso no sea, por lo tanto, su cortísima extensi?n, sino el hecho de que consigui? instalarse en lo alto del podio de la brevedad encarnando, en cierto aspecto, una excepci?n a dos reglas. ~
Hace pocos meses (en noviembre de 2006) la revista Wired convoc? a un treintena de escritores norteamericanos, en su mayoría de ciencia ficci?n, y les pidi? que escribiesen un cuento de apenas seis palabras, tomando como ejemplo un micro-relato de Ernest Hemingway cuyo texto completo dice en ingl?s “For sale: baby shoes, never worn” y que, según parece, el autor de Los asesinos tenía por una de sus obras maestras.
La respuesta fue entusiasta y todos cumplieron la premisa, salvo el desobediente Arthur C. Clarke, que escribi? un larguísimo cuento de diez palabras. Algunos entregaron m?s de un texto, como Margaret Atwood. Abundaron los cuentos de tinte político (alusiones directas a Bush y a Irak), y hasta hubo perlas: Steven Meretzky propuso “Muy confundido, ley? su propio obituario” (He read his obituary with confusion); Bruce Sterling escribi? “Era muy caro seguir siendo humano” (It cost too much staying human), y Ben Bova puso “Salv? al mundo volviendo a morir” (To save humankind he died again), los que podrían ser, adem?s, brillantes inicios de novela. En cuanto a la ya mencionada Atwood, empleando una audaz elipsis jug? con la l?gica secreta que vincula dos hechos o noticias: “Hallan cad?ver incompleto. M?dico compra yate” (Corpse parts missing. Doctor buys yatch).
En sus cuentos m?s ortodoxos, Hemingway ya había dado muestra de su capacidad sint?tica y de su economía expresiva. Su “A Very Short Story”, para muchos una versi?n reducida y avant la lettre de Adi?s a las armas, tiene tan s?lo 767 palabras en ingl?s pero, pese al título, no es su relato m?s corto: “A Banal Story” tiene 634, y el m?s breve de sus cuentos, exceptuando los intertextos de In Our Time (1925), acaso sea “The Revolutionist”, que no llega a las quinientas palabras.
Un buen ejemplo de c?mo trabaja Hemingway es “Hills Like White Elephants” (Colinas como elefantes blancos), cuya intriga se reduce a un di?logo entre dos personajes acerca de una operaci?n m?dica, nunca explicitada. El lector deduce, o no, que la chica est? embarazada y que el hombre la presiona para que el beb? no nazca. La palabra clave (aborto) jam?s es puesta en boca de los personajes ni tampoco mencionada por el narrador.
“Vendo zapatos de beb?, sin usar” es, en este sentido, digno de Hemningway. Lo omitido (¿otro aborto?) queda resonando en la mente del lector. No estamos ante una novela, o ante un cuento tradicional, donde una lectura gradual nos ir? respondiendo los interrogantes: ¿Qui?n vende los zapatos? ¿Por qu? los vende? ¿Por qu? est?n sin uso? ¿Ha ocurrido algo con el beb?? ¿Qu? ha ocurrido?
En el minicuento de seis palabras adjudicado a Hemingway nos hallamos ante un hecho presente (el aviso que “ocupa” todo el relato) pero asimismo ante un hecho pasado que obra de dato escondido. Estamos a un paso de la tan citada “Tesis del cuento” de Ricardo Piglia. “Un cuento siempre cuenta dos historias”, concluye Piglia, para quien todo cuento es un relato que encierra un relato secreto.
En “Vendo zapatos de beb?, sin usar”, lo mismo que en buena parte de la llamada microficci?n, los procedimientos que hemos mencionado (la omisi?n deliberada, la tesis de los dos relatos simult?neos) son llevados a un extremo. Todo est?, en este caso, “fuera” del texto. O “fuera de campo”, como dicen los directores de cine cuando la acci?n no es registrada por la c?mara.
Hasta la canonizaci?n o (siendo menos tajantes) la popularizaci?n del cuento adjudicado a Hemingway, dos textos se repartían el privilegio de ser considerados como “el cuento m?s breve del mundo”. Uno tiene siete palabras, el otro diecis?is. Es decir que Hemingway les gan? a ambos en brevedad.
Aunque parezca imposible, circulan en libros y en antologías cuentos todavía m?s breves. Luisa Valenzuela escribi? uno de apenas dos palabras (“Que bueno”, así, sin acentos ni signos de exclamaci?n) aunque se apoy? en un título provocadoramente extenso (“El sabor de una medialuna a las nueve de la ma?ana en un viejo caf? de barrio donde a los 97 a?os Rodolfo Mondolfo todavía se reúne con sus amigos los mi?rcoles por la tarde”); Alo? Azid ha postulado un cuento de una sola palabra (“Yo”) y cuyo título es “Autobiografía”, pero la cosa no excede de una broma muy ingeniosa, ya que en su caso no se puede hablar de “acci?n” ni de relato.
Cierto consenso ha establecido que entre nosotros, lectores de lengua espa?ola (e incluso entre el lectorado europeo, un poco a la sombra de Italo Calvino), el cetro de “cuento m?s breve” recayese en “El dinosaurio” del guatemalteco Augusto Monterroso: “Cuando despert?, el dinosaurio todavía seguía allí”
En la tradici?n de la microfiction norteamericana, por su parte, por a?os se ha estimado que “el cuento m?s breve del mundo” era un celebrado texto de Fredric Brown: “The last man on Earth sat in a room. There was a knock on the door.” (El último hombre sobre la Tierra est? sentado a solas en una habitaci?n. Llaman a la puerta), en verdad una reescritura de “Mensaje” de Thomas Bailey Aldrich (“Una mujer est? sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie m?s en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta”), incluido en la famosa Antología de la Literatura Fant?stica, de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, y adjudicado a Borges por algunos estudiosos de la obra de Bailey Aldirch.
Durante d?cadas se ha afirmado que la microficci?n en castellano (Arreola, Denevi, Pi?era, Valad?s, etc) lograba textos m?s breves que la llamada sudden fiction o flash fiction norteamericana. Aunque esto ha dejado de ser tan así en los últimos tiempos, es cierto que las antologías norteamericanas consagradas al “cuento hiperbeve” incluyen textos de hasta 750 palabras, cuando en castellano el límite suele rondar las 300 o, como m?ximo, 500 palabras.
Lo peculiar del minicuento adjudicado a Hemingway no es tanto que haya desafiado esta idea establecida (y que el “cuento m?s breve del mundo” sea ahora norteamericano, ya no latinoamericano), como que, a diferencia del de Monterroso y el de Fredric Brown, estemos en presencia de un texto no fant?stico, sino m?s bien realista. El dato no es menor porque, usualmente, suele repetirse que el formato hiperbreve le sienta mejor a los textos fant?sticos o, al menos, de índole extraordinaria: casos muy curiosos, hechos sorprendentes.
Irving Howe, especialista en microfiction, escribi? que “los escritores que hacen cuentos breves tienen que ser especialmente audaces” porque “apuestan todo a un golpe de inventiva” La argentina Ana María Shua, una de las mejores cultoras del microcuento en la actualidad, ha dicho que “las minificciones tienden en su mayor parte al g?nero fant?stico, en parte porque se les exige provocar algún tipo de sorpresa est?tica, tem?tica o de contenido, ya que el sutil desarrollo de climas o personajes son casi imposibles”.
Ambos tienen raz?n si se piensa en la microficci?n en su conjunto. Lo m?s extraordinario del cuento de Hemingway (si realmente es de Hemingway) acaso no sea, por lo tanto, su cortísima extensi?n, sino el hecho de que consigui? instalarse en lo alto del podio de la brevedad encarnando, en cierto aspecto, una excepci?n a dos reglas. ~
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